9.5.10

El WI-FI mapuche y la ecografía ancestral: la tecnología de punta que hemos perdido


El WI-FI mapuche y la ecografía ancestral: 
la tecnología de punta que hemos perdido
 
 
Ziley Mora Penrose es experto en cosmovisiones originarias de Chile. y estara realizando un curso en Villa Alemana el 16 y 16 de mayo en el colegio Millantu, informaciones al 09-8869267. O a este correo. Ver informacion correo adjunto.
 
El primer (y el último) “colegio” del hombre es el nicho ecológico de donde procede. He ahí la razón ética del “amor a la tierra”, a ese específico terruño en donde uno nació. Porque los animales y las plantas, -y todos los fenómenos de la naturaleza- llegaron a nosotros para enseñar e ilustrar ciertas cosas a nuestra alma. Por siglos, las páginas de la sabiduría del alma fueron llenadas con las “primeras letras” de la Naturaleza y sus misterios. Sin la activación de ciertas imágenes, al alma le cuesta muchísimo escudriñar dentro de sí misma para reconocer y activar la “autoherencia”; es decir, lo que en otros tiempos, el Espíritu de las otras experiencias, antaño le dejó como enseñanza a nuestro Ser en los registros arcaicos de la memoria. Las personas de nuestra modernidad suelen no tener ninguna consciencia de todo lo que han perdido con apartarse del mundo natural. Como no han conocido otros modos de vida u otros “estados de felicidad natural”, no sienten ninguna pérdida viviendo en sus incómodos “cajones”, en donde cada noche son “encerrados como animales”, según el decir de los huicholes de las sierra de Nayarit-Jalisco, México, al referirse al modo de vida de la gente no indígena de las ciudades. Al hacerse citadina la cultura y el hacer humano, al abandonarse la diaria convivencia con los procesos silvestres, al apartarse la gente de los ciclos arbóreo-agrícolas de las estaciones, los seres humanos del siglo XXI hemos perdido casi por completo la sintonía fina con la naturaleza. Se nos ha embotado la visión para ciertos fenómenos y se nos han olvidado las claves para el lenguaje secreto de las plantas, de las flores, de las aves, de los vientos, de las aguas…
 
Una tarde de fines de febrero, a fines de los ochenta, en Quepe, al sur de Temuco, en casa de la difunta machi Panchita, luego de comentar cómo desaparecen los veneros del subsuelo o vertientes de agua todo a causa de la erosión que ocasionan las plantaciones de pino y eucaliptus, “invasiones bárbaras” que arrasan hasta con el débil remanente de vegetación nativa de las quebradas más inaccesibles del hábitat mapuche, nos sentamos bajo la sombra de un todavía precioso y anciano pellín (roble muy maduro). “Aquí -me dijo- me voy a quedar hasta que vuelva mi marido, porque éste es mi lugar”. Noté que me daba la espalda ya que mirando hacia la copa, empezó un breve diálogo privado con el árbol. Luego de varias “oraciones” hechas en mapudungún donde reconocí unas “profanas” y muy familiares peticiones de la cotidianeidad hogareña, se volvió hacia mi disculpándose:
”Perdona oye peñi (hermano) que te dejara solo pero es que le avisaba al árbol para que mi marido me trajera la yerba, el comino y el azufre del pueblo, porque como en la mañana el wentru (marido) partió muy rápido p’al karra (la ciudad, Temuco) no alcancé a encargarle eso, p’uh oye…”.
 
 Ya algo me habían hablado ciertos paisanos de eso del “teléfono mapuche”, pero nunca había tenido oportunidad de comprobarlo. Tal era el concepto que por entonces más se aproximaba, porque hace veinte años aún no estaba lo que hoy invade todo: la comunicación por conexión inalámbrica. Porque en sentido estricto esto último es exactamente lo que desde hace tres mil años tenían las etnias nativas de América. Aquella ya casi remota vez le pregunté a Panchita cómo funciona esa comunicación de ella, y en síntesis juntando sus datos y otras variados antecedentes etnográficos míos, funcionaría de este modo: Desde niña ella siempre se había comunicado con “su” árbol, el vegetal totémico donde fue enterrado su ombligo y al cual siempre la madre la hacía volver para abrazarlo y así comunicarle sus penas, o a regañarlo con insultos cuando tenía mucha rabia o coraje. Esta práctica de “educación emocional” y mediante tanto diálogo e interacción repetida, fue acostumbrando no sólo a ese árbol sino a todos los de la especie, a reconocer su voz, la cual -ante la presencia del característico timbre de voz, el “password” personal de Panchita- esa especie arbórea entera, como un todo unitario, reaccionaría y comunicaría lo escuchado y grabado en ella a otros ejemplares de la especie, aunque se encontraran muy distante. Los mapuche hablan de que “es el genio cuidador del árbol quien escucha”. Para “bajar” dichos mensajes, bastaría que similar familiaridad con el árbol la tenga el receptor, en este caso el marido de Panchita, o bien que éste porte en su indumentaria una ramita o palito de la misma especie. Esta operaría al modo del “router” inalámbrico. Entonces, cada vez que alguien le hable a la especie, ésta reacciona o “vibra” tal como antena de Wi-Fi en dicha ramita. O bien, si el receptor no porta dicho “router”, basta que pase bajo la sombra irradiante de cualquier árbol de la misma especie para recepcionar o “bajar” el mensaje.
 
Al caer la noche, al volver a casa el marido de Panchita, efectivamente éste trajo todos los encargos del pueblo que su esposa machi no había podido hacerle en la mañana de viva voz. Años después, -ya cercano al dos mil- en Arauco, en la costa de Tirua, habría también de recoger otro dato precioso de “tecnología ancestral” que también en estas ultimas décadas habría de tener en Occidente una digitalizada imitación y versión en silicio. Esta vez vinculado al agua. Mi informante, Don Edgardo Antileo, me describía el método de la “ecografía mapuche” para hacer los pronósticos seguros del embarazo. En los traitraiko (cascadas cordilleranas de agua pura) -y luego del baño ritual diario y de las oraciones de la mañana al espíritu de salud del Lucero matutino- se colocaba a la embarazada bajo un chorrillo del agua. Sobre ella –ya sea al costado izquierdo o ya bien rodeándola- se formaba un espontáneo círculo luminoso. Y al ser atravesar esas finas gotas de aguas del círculo por los primeros rayos del sol, dentro de él se podía perfectamente leer y apreciar por otro persona tanto el sexo del niño en camino, como las posibles enfermedades a sobrevenir, su destino, los hechos relevantes de su historia por venir, los encuentros mas decisivos, y el futuro casi completo de esa persona. También antiguamente se llevaban y colocaban dentro de esas cascadas a los enfermos. El círculo sobre sus hombros revelaba la naturaleza del mal, la identidad del agente patógeno responsable que se le ocasionó , las trazas de su posible tratamiento, la intencionalidad maligna de los otros que se “lo lanzaron”, si tenía o no tenía cura, y ¡la fecha de su muerte! (en el caso de algo irreversible).
 
La gran tesis indígena que está detrás del grave trastorno de lo que hoy está pasando, es que “la humanidad está siendo castigada a través del clima, las inundaciones y los terremotos.” Porque ella ha invadido sin permiso y sin respeto su “nido”; es decir ha ensuciado y trastocado el nicho ecológico de los elementos de la Naturaleza. Y como todos ellos tienen un ngen, un “dueño”, una inteligencia rectora invisible, éstos reaccionan porque “se enojan” al verse tan violentados. Por ejemplo, el ngen dueño de la Luna, “luego de que el primer hombre la pisara sin su permiso, éste mandó a la tierra una gran perversidad”, como me lo dijera en cierta ocasión un viejo anciano (kimche) amigo mío. Es decir, “ese hombre ignorante que la pisó, creó un camino invisible para que nuevos males se encaminaran a la tierra…Pero el gran problema es que quienes lo enviaron allá arriba o los que idearon ese viaje no eran unos ignorantes…”
 
 
PREGUNTAS POSIBLES PARA CONSTRUIR EN EL DIA de NUESTRA  MADRE MAPU
 
1. ¿Cómo me hablan a mí los fenómenos de la naturaleza, empezando por la diaria salida del sol? ¿Qué y cuánto he aprendido de ellos en las décadas que llevo disfrutando del don de la vida?
 
2. ¿Qué actos arbitrarios yo cometo a diario en mi entorno y con los cuales afecto no sólo la calidad de vida de los otros sino mi propio equilibrio síquico? ¿Qué compromiso de restauración del orden natural quisiera asumir como cruzada social?
 
 
3. ¿Cuál es mi “elemento totémico”, o particular nicho ecológico elegido por mi a causa de una íntima sintonía con él, con el cual he establecido una “alianza de aprendizajes” particulares y específicos para mi alma? ¿Qué me ha enseñado hasta la fecha?

7 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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